Hola queridos matrimonios.
Allí donde este tu tesoro estará también tu corazón (Mateo 6,19)
Hace unos 20 días, que parecen lejanos, antes de la cuarentena y el coronavirus, me levante a trabajar, llevamos los chicos a la escuela y me dispuse a trabajar. Era temprano, cerca de las 8 hs. Y recordé que había un hermano internado en el hospital, y en el mismo lugar un niño de la comunidad al que habían operado del corazón. Le pregunte al Señor el camino de ese día y por supuesto empecé por ahí. Deje de lado la agenda y comencé por lo que de verdad importa. Visite a este hermano, que estaba en el hospital, era un hombre algo mayor, luchando con su enfermedad y luego, conseguí un juguete en un puesto de revistas y fui a visitar al niño que no tendría más de cinco años. Pregunte al puesto de enfermeros de la sala de internación y me dijeron que estaba en la Unidad de Terapia Intensiva. Llegue a la sala y no había ningún enfermero en la puerta, ingrese y no había nadie en la sala y entre en ese lugar de lucha, de niños frágiles y padres cansados, lugar de oraciones poderosas y esperanzas aguerridas. Encontré a mi amiguito con su mamá. Sabiendo que no debía estar en ese lugar, salude con la mano a travez del vidrio, deje el regalo, vi la sonrisa del niño y salí rápidamente, tan sigilosamente como había entrado.
Cuando llegue a la puerta del hospital, y me quede pensando en las cosas importantes y en otras en las que ocupamos el tiempo y la mente y que verdaderamente no lo son.
Nuestra vida se sostiene más o menos equilibrada en muchas cosas, muchas de esas cosas que no son esenciales, por ejemplo, en vez de vivir con alegría y agradecer el trabajo, nos preocupamos por el orgullo de hacer el trabajo bien y trabajamos preocupados y con miedo; en lugar de agradecer que nuestros hijos crecen y disfrutar nuestro relación con ellos, nos preocupamos porque crezcan como nosotros esperamos y de la forma que nos conviene, en lugar de agradecer que podemos compartir la vida con nuestro cónyuge la vida, nos preocupamos porque nuestro compañero nos haga felices y vivimos insatisfechos.
En este tiempo de coronavirus, de cuarentena, nos pasa algo parecido, de repente todo lo que no era importante desapareció o se redujo a lo mínimo indispensable. El futuro que nos imaginábamos, se puso en suspenso. Y eso nos puede desequilibrar, dependiendo de cuanto nos hubiéramos apoyado en cosas banales para sostener nuestra vida.
Cobra valor la frase del Papa Francisco al comienzo de la crisis de la pandemia, cuando planteaba enfrentar toda esta situación con la ternura. Porque es el tiempo de ser tiernos, la victoria en este tiempo se consigue con pequeños y gigantes gestos de ternura. Llevar una taza de te, hacer una cama, lavar los platos, saltarse la ofensa que conlleva que el dentífrico se haya desparramado por el lavamano, cerrar la puerta que quedo abierta. Madurar y aprender a darnos, a hacer en vez de pedir; escuchar en vez aconsejar, abrazar, sonreír, o si no sale nada de todo esto, hacer silencio y no empeorar las cosas.
Aprender a valorar todo lo que si podemos hacer. Descubrir que Jesús esta cada mañana para nosotros. Esa parte de nuestro matrimonio que se llama Jesús, el tercer elemento que nos mantiene unidos. No hablo solo de rezar un rosario, sino de encontrarse con el Espíritu, esa presencia, a la que puedo decirle todo lo que me pasa, con quien tengo el derecho que da el saberse amado, de enojarme, de gritar, de mostrar mis dudas, de desahogarme, de llorar, para poder luego llenarme de su presencia. Al menos en mi caso, en este tiempo, no me levanto de mi lugar de oración hasta que el Espíritu cambie mi manera de pesar, arroje la tristeza y la desesperanza y me de las soluciones para mi familia. Y sé que necesito de ese toque cada mañana, porque mi yo sin Dios me da miedo.
Yo estoy contigo hasta el fin de los tiempos. (Mateo 28.20)
Jesús habita en tu cónyuge, en tus hijos, en tus familiares, en la persona que está esperando que la llames, que te ocupes. Es el tiempo del amor. Porque venceremos con el amor. El enamoramiento está en su lugar, es un pedacito de nuestra vida, insustituible y muy necesario, pero en su justa medida, también en este tiempo, no te olvides de enamorar a tu cónyuge. Pero es el amor como decisión y como entrega, es el que nos va a salvar. El amor que implica morir a uno mismo, para donarse a los que amamos. Y aprender a amar mejor y a más personas.
Nadie me la quita, sino que yo la doy de mi propia voluntad. Tengo autoridad para darla, y tengo autoridad para tomarla de nuevo. Este mandamiento recibí de mi Padre. Juan 10,18
Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. 25 El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. Juan 12,24
Y en ese punto del morir para nacer, de entregarnos para descubrirnos somos felices, y disfrutamos de esa vida abundante que Dios nos da.
Todos los días y en estos tiempos de cuarentena más.
Dios te bendiga.-