Efesios 1:15-23
He sabido cómo ustedes viven en Cristo Jesús la fe y el amor para con todos los santos, quiero decir, para con los hermanos, por lo que no dejo de dar gracias a Dios y de recordarlos en mis oraciones. Que el Dios de Cristo Jesús nuestro Señor, el Padre que está en la gloria, se les manifieste dándoles espíritu de sabiduría para que lo puedan conocer. Que les ilumine la mirada interior, para que entiendan lo que esperamos a raíz del llamado de Dios, qué herencia tan grande y gloriosa reserva Dios a sus santos, y con qué fuerza tan extraordinaria actúa en favor de los que creemos.
Es la misma fuerza todopoderosa que actuó en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos y lo hizo sentar a su lado en el mundo de arriba. Pues está muy por encima de todo Poder, Autoridad, Dominio y de toda otra Fuerza o Gobierno, más arriba de todo lo que cuenta en este mundo y en el otro. Dios colocó todo bajo sus pies, y lo constituyó Cabeza de la Iglesia. Ella es su cuerpo y en ella despliega su plenitud el que lo llena todo en todos.
Romanos 5:18-21
Es verdad que una sola transgresión acarreó sentencia de muerte para todos, pero del mismo modo la rehabilitación merecida por uno solo procuró perdón y vida a todos. Y así como la desobediencia de uno solo hizo pecadores a muchos, así también por la obediencia de uno solo una multitud accede a la verdadera rectitud. Al sobrevenir la Ley, el pecado tuvo más auge, pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. Y del mismo modo que el pecado estableció su reinado de muerte, así también debía reinar la gracia y, después de restablecernos en la amistad con Dios, nos llevará a la vida eterna por medio de Cristo Jesús, nuestro Señor.
Isaías 53:3-6
Despreciado por los hombres y marginado, hombre de dolores y familiarizado con el sufrimiento, semejante a aquellos a los que se les vuelve la cara, no contaba para nada y no hemos hecho caso de él. Sin embargo, eran nuestras dolencias las que él llevaba, eran nuestros dolores los que le pesaban.
Nosotros lo creíamos azotado por Dios, castigado y humillado, y eran nuestras faltas por las que era destruido nuestros pecados, por los que era aplastado.
El soportó el castigo que nos trae la paz y por sus llagas hemos sido sanados. Todos andábamos como ovejas errantes, cada cual seguía su propio camino, y Yavé descargó sobre él la culpa de todos nosotros.
Mateo 8:17
Así se cumplió lo que había anunciado el profeta Isaías: Él tomó nuestras debilidades y cargó con nuestras enfermedades.
Catecismo
402. Todos los hombres están implicados en el pecado de Adán. San Pablo lo afirma: "Por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores", "Como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron...". A la universalidad del pecado y de la muerte, el apóstol opone la universalidad de la salvación en Cristo: "Como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno solo (la de Cristo) procura a todos una justificación que da la vida".
1455. La confesión de los pecados (acusación), incluso desde un punto de vista simplemente humano, nos libera y facilita nuestra reconciliación con los demás. Por la confesión, el hombre se enfrenta a los pecados de que se siente culpable; asume su responsabilidad y, por ello, se abre de nuevo a Dios y a la comunión de la Iglesia con el fin de hacer posible un nuevo futuro.
1505. Conmovido por tantos sufrimientos, Cristo no sólo se deja tocar por los enfermos, sino que hace suyas sus miserias: "El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades". No curó a todos los enfermos. Sus curaciones eran signos de la venida del Reino de Dios. Anunciaban una curación más radical: la victoria sobre el pecado y la muerte por su Pascua. En la Cruz, Cristo tomó sobre sí todo el peso del mal y quitó el "pecado del mundo", del que la enfermedad no es sino una consecuencia. Por su pasión y su muerte en la Cruz, Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos configura con Él y nos une a su pasión redentora.
Twitter del Papa Francisco Pontifex_es (14 abr. 2015)
El Señor no se cansa nunca de perdonarnos. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón.
REFLEXIÓN:
La Biblia nos habla que Él sanó todas nuestras debilidades y cargó con nuestras enfermedades. Entender estos versículos nos ayudará a comprender cuál es la Voluntad de Dios, Él siempre quiere sanarnos. Entonces ¿cuál es el impedimento? En realidad no es sencillo dar una respuesta matemática porque somos un Universo diferente; cada uno de nosotros y las situaciones de vida, son innumerables.
Lo que sí entendemos es que la salud está relacionada con las emociones que vivimos, con los hechos traumáticos que hemos pasado y con la contaminación espiritual, mental y física a la que estamos sometidos desde el nacimiento y aún desde antes de nacer, desde el mismo instante que fuimos concebidos. Por algo los médicos siempre nos preguntan por las herencias de enfermedades que ha habido en nuestras generaciones anteriores, ya que la ciencia sabe que hay patrones hereditarios que se graban en nuestro ADN y pasan de padres a hijos. Los mismos médicos tienen una frase que ellos repiten: “no hay enfermedades, si no, enfermos”; evaluando así que, muchas veces, la ciencia no da respuestas tanto para algunas curaciones como para algunas situaciones, que, aplicando todo lo que la medicina tiene a su alcance no da resultados positivos.
Pero sí conocemos perfectamente que en Cristo todas las cosas son hechas nuevas.
Lo primero para tener en cuenta, es que Dios no es la fuente de nuestras tragedias, si creemos que Él nos las envía, nuestra fe quedaría paralizada, porque pensaríamos que si evitamos estas cosas, estaríamos oponiéndonos a la Voluntad de Dios, o como decíamos algunos días atrás, estaríamos pecando si vamos en busca de nuestra sanidad a los médicos. Para que podamos recibir todos los beneficios que Dios quiere darnos, debemos estar de acuerdo con que Él es un Dios Bueno, creer que Su Voluntad es para nosotros la salud, no la enfermedad; la prosperidad, no la escasez; la felicidad, no la tristeza. El Salmo 136:1 dice: “Alabemos al Señor porque él es bueno, su misericordia permanece para siempre”.
En Éxodo 15,26 nos dice claramente Él es el Sanador, Él es Yahvé Rafá que significa “el Dios que sana”.
“Es la misma fuerza todopoderosa que actuó en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos, y lo hizo sentar a su lado en el mundo de arriba, por encima de todo Poder en este mundo y en el otro”, nos dice claramente en Efesios 1. Pero esa fuerza todopoderosa, actúa también en la sanidad de nuestras heridas espirituales y emocionales ocasionadas por el pecado. Por eso, el sacramento de la Reconciliación funciona como el gran sanador. Al confesarnos podemos ser conscientes de que ante las situaciones difíciles de la vida podemos tomar otra actitud sin rencores, sin odios, abriendo nuestro corazón en un ámbito adecuado… eso muchas veces atrae la sanación física como resultado de una liberación interior. Sócrates dice que: “si alguien busca la salud, pregúntale si está dispuesto a evitar en el futuro las causas de la enfermedad”. Y esto nos sucede cuando sólo basamos nuestra lucha por sanarnos pidiendo la sanidad física al Señor de nuestra enfermedad y desconociendo que hay muchas causas que nos pueden estar enfermando: tanto físicas, como psíquicas o aún espirituales.
Por eso vemos en los ítems del Catecismo que elegimos para esta reflexión, que la confesión de los pecados nos libera y se abre de nuevo a Dios y a la comunión de la Iglesia posibilitándose a sí mismo un nuevo futuro.
No olvidemos lo más importante, Dios es Bueno… Y hemos comprendido profundamente esto en el caminar junto a Él por más de 30 años. Él no es un agente lejano a nosotros que está más allá de la estratósfera. Él está más cerca de nosotros de lo que con nuestra mente pequeña puede imaginar. Él nos ama y nos quiere felices.
“Si nos importa a nosotros, a Dios le importa”.
Hoy voy a Pedir perdón por:
Hoy Voy a Dar Gracias Por:
En Oración voy a pedir:
Padre Celestial, ruego a Ti que me sea dada la sabiduría para comprender la inmensidad de Tu Bondad. No temeré por mi salud ni por la de mis seres queridos, porque Tú nos quieres sanos y fuertes para anunciar tus maravillas en este mundo, y sabemos que no nos iremos de este mundo antes del tiempo establecido por tu Divina Voluntad. Amén.